viernes, 31 de mayo de 2019

Recuerdos y vivencias del Pozo del Tío Raimundo, por Antonia Aragonés Mayorga

Texto galardonado con el Tercer Premio Ex Aequo en el I Certamen Literario Pozo del Tío Raimundo.



Cuando cogí el papel en el que se convocaba el certamen literario para hablar sobre mi barrio, pensé que me gustaría ser una de las personas que pusieran un granito de arena para mantener vivo el recuerdo de lo que fue el barrio, nuestro barrio.

Soy de la generación que nacimos, crecimos, y seguimos viviendo en el barrio. Eran tiempos duros, y este un barrio pobre de gente trabajadora que fue llegando de varias provincias, supongo que en busca de algo mejor para ellos y sus hijos.

Se pasó mal y se pasaron apuros para salir adelante, fueron años duros, pero se pasaron también buenos momentos compartidos con los que, más que vecinos, éramos incluso familia.

En realidad fueron nuestros padres quienes lo sufrieron mas y peor que nosotros, y los que hicieron que nosotros pudiéramos pasarlo sin que las carencias fueran tan notadas.

Yo nací aquí y aún sigo viviendo aquí. Los primeros años de mi vida vivíamos en la calle Enrique de la Torre. Nuestra casa tenía dos habitaciones y en ellas teníamos lo justamente necesario para vivir.

Había familias que no solo estaban padres e hijos, sino los abuelos y algún otro familiar que no tenia donde vivir.

Algún año más tarde se quedó cerca de mi casa otra algo mejor, y mis padres fueron a pedirle permiso para vivir allí al coronel Martos que por aquel entonces, era quien mandaba en urbanismo.

Fueron tantas veces las que me contó mi madre como fue a pedirle permiso, y como él le puso como norma que no metiese a nadie a vivir con nosotros.... Que nunca se me olvidara aquello.

La nueva vivienda era mejor, tenía alguna habitación más y espacio suficiente por si tenías suerte de que no te descubrieran, poder hacer alguna habitación más. Días más tarde estando pintando mi madre el pasillo de la calle, se presentaron unos guardias a pedir explicaciones de porque estábamos allí.
Había miedo hasta de responder, pero finalmente al decirle quien nos había dado permiso el coronel Martos nos dejaron tranquilos, al menos por el momento.

Mi nueva casa daba a dos calles, Principal y Tomateros que hoy se sigue llamando así si no estoy equivocada, Reguera de Tomateros. Se llama así porque en esos tiempos llovía mucho, no como ahora que esto no es llover y esa calle era como una riada cuesta abajo. Más de una casa a su paso sufrió alguna inundación, eso sí, allí estábamos los vecinos cada vez que alguna desgracia ocurría mano a mano ayudándonos. Enfrente de nosotros presencie una siendo pequeña y vi como iban los vecinos a ayudar y aun sin tener más que lo justo, dejarles algunas mantas para poder pasar esa noche.

En esa calle vi como en varias ocasiones tiraban la casa que con tanto esfuerzo levantaba un vecino, aunque fuera a escondidas, y aunque era pequeña era una impotencia ver a nuestros mayores llorar y no poder ayudar.

En esa misma calle había una vaquería del barrio que en muchas ocasiones comprábamos la leche y al final de la calle, un puentecillo que hoy sigue ahí. Por el teníamos que pasar para cruzar al otro lado y a veces no podíamos cruzar cuando llovía tanto.

Al final de la calle Principal teníamos una fuente de dos caños en la que me encantaba ir todos los días a llenar mi botijo. Recuerdo que un día salí de casa con mi botijo, iba tan contenta a por mí agua fresquita que volviendo a casa, no me di cuenta de que mi botijo no pesaba lo mismo, bueno en realidad no pesaba, lo mire y mi cara debió ser un cuadro al darme cuenta de que solo llevaba el asa del botijo.

En el barrio teníamos también una fuente de doce caños, no fueron pocas veces las que con mi madre fui a llenar un barreño gigante de hierro. Teníamos un depósito del agua, era redondo y lleno de caños, todos alrededor, allí nos juntábamos muchos vecinos llenando nuestros cubos y de paso la charla que era una de las pocas distracciones de esos tiempos. Años más tarde algunos vecinos más pudientes comenzaron a comprarse la televisión.

Por la noche recuerdo verles sacar sus sillas al fresco y desde la puerta verla y como algunos de nosotros que éramos unos críos, nos sentábamos en el suelo intentando verla también.

Yo tendría unos 11 años cuando mis padres compraron una para que mi hermano y yo no tuviésemos que estar en la calle, aunque eso les llevo a entramparse mucho.

Como contaba antes sobre el depósito de agua, hoy hay una calle con ese nombre.
Había una farmacia que hoy en día sigue estando, aunque son los hijos los que hoy están al frente. Siempre que algún vecino tenía algún problema de salud iba a comentárselo a los farmacéuticos, un matrimonio muy cariñoso, ellos siempre nos explicaban bien las cosas y nos ayudaban. Siempre tenía ayuda para nuestros problemas. Mi casa como dije antes daba a dos calles y en la de tomateros teníamos un pozo que utilizábamos los vecinos para sacar agua ya que nuestro barrio no tenia, era un pozo para todo el que quisiera sacar agua tirando de un cubo. Ese es hoy en día y para siempre nuestro símbolo.

Cuando alguien quería hacer algo en sus casas recurrían a José, el de los materiales, como era conocido, su hijo sigue hoy al frente de esos materiales.

Todo el que tenia patio en los inviernos y digo inviernos, porque esos sí que lo eran y muy lluviosos, recogía las aguas de los canalones y los utilizaba para fregar suelos o para los baños, los que tenían la suerte de tener un cuarto de baño. Más tarde nos pusieron algunas fuentes, pero hasta llegar a eso, el barrio se suministraba con el aguador que iba con su carro tirado por un burro al que nuestras madres le compraban un barreño grande.

Teníamos dos colegios en el barrio uno de chicos y otro de chicas, yo nunca entendí porque no podíamos ir juntos. Como anécdota decir que un día a la semana por la tarde solía venir a darnos clase el padre Escudero, duraba una hora su charla y jamás se me dormían los pies, nada más que esa tarde, era curioso pero me pasaba, no debía gustarme mucho su charla.

Recuerdo las navidades del barrio, no teníamos nada, ni los turrones que hoy hay ni los dulces ni las bebidas, pero si había una alegría y una generosidad de los vecinos para compartir lo que había.

Las madres o abuelas en esas fechas hacían rosquillas o pestiños en unos barreñitos que llenaban de los dulces, y los que nos iban dando según íbamos pasando por sus casas, un vinito dulce o una copita de anís, eso era lo que teníamos.

Las chicas nos juntábamos e íbamos pidiendo el aguinaldo y luego, con ilusión nos repartíamos las cuatro perrillas. Íbamos pasando casa por casa de todas a comernos los dulces y cantar un villancico, esa eran nuestras navidades, nada de riqueza pero mucha alegría, la que hoy no se tiene, porque parece que a nadie le preocupa nadie, y nadie quiere ayudar a nadie, todo nos cuesta mucho trabajo y es una pena, pero es la realidad.

En mayo siempre venia al barrio una feria, con sus puestos y atracciones, y con tan mala suerte que coincidía con la lluvia y el consiguiente barro, un barro que se nos pegaba en los zapatos y que había veces que no nos dejaba avanzar como queríamos. Recuerdo montarme en unas barcas que eran para dos personas y teníamos en las suelas tanto barro que al bajar se me salían los pies de los zapatos, pero éramos tan felices los jóvenes... como cuando nos reuníamos para hacer, en algún local, un guateque.

Cuando una familia pintaba su casa, solía sacar fuera los muebles que tenia y los dejaba en la calle hasta que tenía su casa seca, nadie tocaba nada ni se llevaba nada, eso se lo veía hacer a mi madre todos los años.
Casas sencillas y pobres pero limpias sobre todo.

Había un personaje muy peculiar y querido por todo el mundo el “LELE" hizo de todo, trabajó en todo y lucho como el que más en el barrio. Tenía mal genio pero un corazón, muy grande, hasta el último momento siempre que alguien fallecía allí estaba él en su misa con su lágrima por la pena.

Como conté antes, las casas se hacían de noche y a escondidas, primero de tablas y esperábamos unos días, si no pasaba nada pasábamos a poner ladrillos y si había suerte se terminaba por dentro lo mejor posible, así se fue haciendo mi casa y así se fue haciendo el barrio, casa a casa fuimos haciendo un barrio más grande intentando que fuera algo mejor y más confortable, llegando todos o casi todos a tener nuestras cocinas, no lujosas como ahora, pero muy pasables y nuestros baños sin calefacción, pero baños al fin a al cabo para no salir fuera.

No había luz, ni agua, ni alcantarillado, ni carretera. Si salíamos fuera del barrio teníamos un autobús único. Ahora estamos totalmente comunicados con Madrid. Solíamos ponernos bolsas en los zapatos hasta llegar al centro, luego nos las quitábamos porque sabíamos que si nos miraban y veían los zapatos con ese barro nos veían como si viniésemos de otro planeta.

Llegó al barrio un cura, que poniéndose al lado de todos los vecinos nos ayudó en la lucha por conseguir unas viviendas más dignas , y ayudó a todo aquel que lo necesitó, sin importarle nada ni nadie. Se hizo hueco en el barrio con los vecinos y se quedó hasta el último momento.

Fue querido por unos y odiado por otros pero eso nunca le importo, él marcó su lema e hizo lo que creyó mejor "El Padre Llanos, luchó a nuestro lado para que tuviésemos unas mejores condiciones de vida.

El barrio era alegre, a la hora de celebrar algún bautizo o comunión se hacían en las casas poniendo en un gran barreño con hielo las bebidas, colocando las sillas que se prestaban unos vecinos a otros y aunque solo hubiese sándwich de mortadela o fuagrás, patatas y cacahuetes nos sabían a gloria.

Mis padres eran de la mancha, mi madre vino a Madrid para servir y ayudar a sus padres y mi padre vino hacer la mili, se conocieron aquí en Pacifico y se casaron viniéndose a vivir al barrio donde ya vivía un tío mío. En su primera vivienda se trajeron del pueblo a mi abuela y más tarde a otro de mis tíos, que fue uno de tantos que se marcho a Alemania a trabajar y volvió con el dinero para comprarse su piso al otro lado de la vía.

Mi tío trajo a mi padre un tocadiscos y algunos discos, entonces era un gran lujo. Recuerdo ver a mi padre sentado en una silla en la puerta de la calle con su música, Manolo Escobar, Antonio Molina, Juanito Valderrama ... Y pasar por la puerta unos chavales que vivían cerca, que años más tarde serian "Los Chichos" y pedirle a mi padre que les pusiera música, poniéndose ellos a cantar y bailar.

Este era un barrio de gente sentada en la puerta, abuelas sentadas al sol, madres que salían a coser o hacer punto,  ganchillo e incluso bolillos. Mujeres que al caer la tarde barrían la puerta y con un cubo de agua las regaban para estar luego más fresquitas.

Yo misma siendo muy cría aprendí hacer ganchillo y me encantaba sentarme en la puerta y hacer cojines. Recuerdo corno oíamos las novelas de la radio y como por las noches nos ponía mi madre a mi hermano y a mí la radio, donde daban un cuento cada noche.

No había tele, ni móvil, ni tablet pero vivíamos los cuentos y novelas corno si las estuviéramos viendo, imaginándonos las caras de cada persona.

Detrás de mi casa había un campo grandísimo donde había sembrado trigo, me gustaba coger alguna espiga de esas gordas y comérmela pero estaba tan vigilado por guardias que cualquiera, aunque más de una me comí y más de un garbanzo, que también había sembrado, cuando estaban verdes.

En el barrio teníamos una cacharrería en la que todo lo que buscásemos y necesitásemos. Era imposible no encontrarlo, por raro que fuera, donde Felipe.

Y si hablamos de papelería, la del señor Tomás, madre mía que recuerdos, ese olor a ceras gordas o algún libro nuevo, o a los plumieres de dos pisos de madera que tanto me gustaban.

Cerca de la papelería se encontraba la escuela de curas, hoy es algo de ayuda para personas extranjeras.

En esos tiempos no teníamos muchas tiendas donde comprar sábanas ni mantas, y eran un par de personas las que iban vendiéndolas por las calles hiciera frío o calor, se llamaban teleros, ellos iban llevando lo que le pedían las vecinas, sábanas, mantelerías, pantalones y todo lo que no podíamos conseguir en el barrio,  pagándole, cada una, lo que podían semanalmente, a medida de los sueldos de sus maridos.

Y comenzamos la lucha por un alcantarillado, luz eléctrica, por tener agua, en fin, por una vivienda digna.

Por la noche solían venir a llamar a mi padre para ir a recoger firmas, e iban pidiendo dinero por las casas para poder ayudarse a los gastos, luego las firmas las presentaban en urbanismo.

Se hacían manifestaciones con pancartas, Miguel Ángel fue uno de las personas que encabezó la lucha por ayudar al barrio a conseguir lo propuesto.

Fuimos un barrio del extrarradio, marginados por ser pobres, mirados por encima cuando íbamos a trabajar y nos preguntaban: ¿de dónde eres? ... del Pozo.... sin embargo, cuando nos conocían, veían en nosotros la verdad, personas tan dignas y honestas como cualquier persona, porque si en algo nos destacamos es en el respeto hacia todo el mundo y en la solidaridad a la hora de ayudar a quien lo necesita. Así me lo enseñaron mis padres y yo intente inculcárselo a mis hijos.

Nuestros mayores lucharon con fuerza por tener este barrio y es una pena que no sepamos cuidarlo como se merece.

Tenemos un barrio con piscina, campo de fútbol para los chavales, un centro cultural que ofrece muchas actividades para grandes y chicos, guardería, colegios, centro de mayores con actividades, impensables hace años y un teatro que suele representar obras de teatro o las mismas actividades que se realizan allí.

Parques y jardines que deberíamos de cuidar un poco más y unos medios de locomoción que nos acercan a cualquier parte de Madrid.

Un cercanías en el barrio, lo que nos hace que ya no seamos un barrio de extrarradio y que todo el mundo nos conozca .Cerca de nosotros la Asamblea de Madrid y grandes centros comerciales.

Muy importante para nosotros un centro de salud y mucha solidaridad para repartir comida a las personas con verdadera necesidad.

También hemos tenido la desgracia de que nuestro barrio sufriera un grave atentado que nos dejo a todos muy tristes y tocados, yo personalmente jamás se me pasó por la cabeza que en un barrio como el nuestro pudiese pasar eso.

Bueno, creo que si siguiera recordando, seguiría escribiendo muchas cosas más, como la visita que tuvimos, hace unos años de nuestros anteriores reyes

Yo sigo aquí y posiblemente para siempre, y estoy bien y feliz, si bien hay cosas que no me gustan cuando las veo, pero creo que ¿en qué barrio no ocurre algo?

Tengo a mi madre viviendo cerca de mí y ella es feliz en su casa, donde aparte de luz y sol se entretiene mirando desde su terraza y cuando la visito, me sigue recordando cosas de aquellos tiempos.

Con esto doy por finalizado mi pequeño relato de recuerdos y creo haber puesto mi granito de arena.

Espero que sirva para contribuir junto con otros relatos, a ese recuerdo que hoy queremos mantener, y es que, algunas veces se nos olvida incluso quién somos y de dónde venimos y eso jamás lo debemos olvidar.

Debemos mantener este barrio que tanto costo, lo mejor posible... "Nuestro barrio"

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